El año pasado se cumplieron 30 años del desembarco argentino en las Islas Malvinas.
Hoy, a poco de cumplirse un nuevo año, quiero mostrar un trabajo de investigación que realicé en el 2012 sobre dos muchachos que vivieron la guerra pero desde sus cuarteles, ya que no fueron elegidos para ir a combate en esos dos meses que duró el conflicto.
Ariel
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Malvinas
desde los cuarteles
También
somos parte del 2 de abril
Carlos
Andreoli y Carlos Ferrabelo se encontraban haciendo el Servicio Militar
Obligatorio en 1982. No fueron elegidos para ir a combatir a las Islas Malvinas,
pero su juventud está ligada al conflicto. El primero, chofer de camiones y el
otro mecánico, recuerdan 30 años después, sus experiencias en los cuarteles del
Ejército en esos 74 días.
Muchos
jóvenes de las clases 62 y 63 (nacidos en los años 1962 y 1963) viajaron en
abril de 1982 a
las islas Malvinas o al sur del país, para defender a la Argentina en una guerra
impensada. En tanto, otros como Carlos Andreoli y Carlos Ferrabelo, dos
muchachos que se encontraban realizando el Servicio Militar Obligatorio (como
la mayoría que viajó), vivieron la
Guerra de Malvinas desde acá: sufriendo incoherencias
militares, vigilando cuarteles vacíos, atentos a lo que podía pasar en las
islas y finalmente, desconcertados por una rendición que después de tanta noticias
falsas recibidas, no parecía real.
El año 1982 no solo marcó la historia
argentina, sino también, la juventud de toda una generación. Todo comenzó
cuando en plena crisis social y económica del tercer Gobierno de la última
Junta Militar, y en un acto de recuperación
nacionalista, el 2 de abril de ese año, el presidente de facto Leopoldo
Fortunato Galtieri afirmó que ese día sería histórico ya que las islas Malvinas
habían sido recuperadas por tropas argentinas. De esta manera, lo que sería un
tiempo en el Servicio Militar Obligatorio para miles de jóvenes, se convirtió
de repente, en un conflicto de 74 días por un territorio casi desconocido,
contra una potencia mundial.
Los recuerdos en la cabeza de Carlos
Andreoli no dejan de aparecer. Tan solo tenía 18 años y se encontraba
realizando la instrucción de la colimba
en un campo de Ingeniero Maschwitz, donde había sido designado para formar
parte del Grupo de Artillería de Defensa Aérea
101 (GADA 101), en la
Batería Comando y Servicio, cuando una noche empezaron los
rumores de un posible enfrentamiento contra Inglaterra, aunque no sabían bien a
donde podrían viajar. Luego de recoger todo su equipo militar, a la mañana
siguiente fue llevado junto a sus compañeros a los Cuarteles de Ciudadela,
donde le habían establecido que haría el Servicio Militar y donde además, se
enlistaban miles de soldados que viajarían. “Llegamos y estaba lleno de
soldados. Ahí nos enteramos que habían reincorporado de nuevo a toda la clase
62. Ellos ya estaban todos preparados, con las armas, los camuflados en los
cascos y nosotros no entendíamos nada. Nos enviaban al conflicto así no más”.
Para suerte del joven Andreoli, el destino
comenzó a jugar su propio partido: un militar de rango apareció con una lista,
frente a él y todos sus compañeros de la clase 63, para designar quienes
viajarían después de su actuación en el polígono. Recuerda que su actuación
había sido pésima: “Creo que no le pegaba ni a una vaca adentro de un baño”,
comenta en forma graciosa ya que no había podido darle a la figura en ningún
momento. Tal es así, que hasta un teniente se animó a decirle: “A usted lo van
a cagar matando, soldado”. Como era de esperar, no lo llamaron nunca.
Carlos cuenta que en esos dos meses habían
quedado algo más de cien personas en los Cuarteles de Ciudadela, y muy pocos
militares de carrera. Recuerda también que fueron trágicos para la economía del
cuartel, ya que hacían guardia con lo poco que había quedado, usando vestimenta
de fajina y armas viejas. “La comida también era de terror porque no había
presupuesto. Estaba todo en el sur. Date una idea que íbamos a comer y casi
siempre había fideos, pero con gorgojos. Del hambre, se comía igual”.
Las noticias que les daban en el cuartel
eran las mismas que le llegaban a la gente a sus casas. Dentro del cuartel, sus
superiores aseguraban que Argentina iba ganando, pero la sorpresa se apoderó de
él y sus compañeros cuando se enteraron que los ingleses habían tomados a los
soldados argentinos como prisioneros. “Un cabo fue el que nos avisó. Igual, los
mayores nunca dijeron que habíamos perdido la guerra, nunca la aceptaron”.
Para Carlos Ferrabelo, la historia fue
distinta. La instrucción había quedado mucho tiempo atrás, y la labor que le
habían designado en Campo de Mayo, lugar donde le habían designado hacer el
Servicio Militar, era de ser parte de la Logística de la Guerra, acá en continente. “Cargábamos con armas
y comida camiones que iban de Campo de Mayo a El Palomar, de ahí al (avión)
Hércules, y este viajaba a las islas. Mis compañeros que viajaban se quedaban
dos días descargando las provisiones y volvían”. Además, cuenta que varios de
sus compañeros llegaron a viajar hasta 13 veces.
Ferrabelo cuenta que Campo de Mayo estaba
lleno de soldados: “Hasta que no terminó la guerra, nadie salió de ahí para
nada. Mi trabajo estaba en la
Logística pero muchos quedaron en las escuelas de Artillería,
Caballería. Yo estuve tres meses seguidos encuartelado sin salir. Nadie sabía
de mí, ni mi vieja. Como no podían dar información de nuestro paradero, nos
encerraron ahí y no avisaron nada”. Las
noticias que recibía eran las mismas que recibía Andreoli en Ciudadela, y el
resto del país en sus hogares: la mentira del ‘¡estamos ganando!’. Comenta también, que todos en Campo de Mayo
estaban siempre listos para viajar hacia el conflicto: ya sea dirigiéndose
directamente a las islas, o yendo a cubrir las posiciones continentales en el
sur, para que los otros soldados fueran a la batalla.
Lo particular de Ferrabelo fue el hecho que
hizo que la suerte se pusiera de su lado: cuando su batallón fue designado para
viajar a las islas a combatir, se enteraron que el General Mario Benjamín
Menéndez había presentado la rendición.
La
vuelta de sus compañeros es algo que ambos recuerdan de manera distinta: “No
hablaron nada porque como llegaron al país, fueron al Hospital Militar y de ahí
le dieron de baja”, asegura Ferrabelo.
Para Andreoli: “Más de 20 días pasaron de que volvieron de la guerra
a los cuarteles. Sabíamos que estaban en Campo de Mayo, pero nada más”. Además,
este último, entre lágrimas, no se olvida del día que llegaron a los Cuarteles
de Ciudadela ni de las familias viniendo a buscar a sus parientes: “El día que
salieron los micros y camiones con ellos hacía el cuartel, la cantidad de gente
que llegó fue impresionante. Teníamos que sostener las rejas porque las
familias se querían meter. Cuando llegaron, después de hacerles un saludo
formal con la banda en el playón del cuartel, dejaron entrar a las familias, y
fue… fuerte”. Además, comenta que lo poco que hablaban los ex combatientes eran
historias muy duras, y llenas de ineficiencia por parte de los militares.
Para estos dos hombres, Malvinas no son
disparos ni bombardeos. Tampoco son cicatrices de esquirlas ni manchas en la
piel por el frío: sin haber combatido y ni siquiera haberlas pisado, esas situaciones que vivieron en sus
respectivos cuarteles, están totalmente relacionadas a la guerra, e hicieron
que esas islas marcaron su juventud, y que sean parte de sus historias de vida.